domingo, 3 de diciembre de 2017

La ciudad despierta

La ciudad emerge desde el fondo de la nocturna oscuridad y la calle amanece hoy entre una densa, espesa niebla. Los coches, escasos todavía, llevan sus faros encendidos. Las farolas aun no han sido apagadas. Sin embargo, inexorable, la ciudad recobra poco a poco su pulso cotidiano. Las camionetas de reparto dejan las cestas del pan y las cajas de la leche enfrente de las puertas de los establecimientos que todavía permanecen cerrados. Las callejuelas duermen el último sueño de una tranquila madrugada, en esos portales oscuros, fríos, que pronto se abrirán, en esos charcos helados por una gélida noche invernal.

La ciudad renace en sus calles solitarias con el paso apresurado de un hombre de mediana edad, seguramente un trabajador, o de una joven muchacha, o de unos estudiantes con sus bolsos y sus libros, sus bocadillos envueltos en papel de aluminio. Cada uno, cada día caminando al encuentro de una larga jornada, monotonamente igual y aburrida.

Se siente ya el bullicioso latir de los ruidos de las fábricas, de los motores de los automoviles... y a la niebla se asocian en virginal unión los humos de las altas chimeneas, de los tubos de escape... Van y vienen los verdes autobuses urbanos, y la gente espera y en pocos momentos aquellos se llenan a rebosar. Pasa el tiempo. En el reloj de la iglesia han dado las nueve. Las tiendas, los comercios, levantan sus persianas metálicas; las ventanas de las casas se abren, aireando las somnolientas habitaciones. Las gentes despiertan y salen  a la calle y van de aquí para allá. Mientras tanto la niebla se diluye, se eleva, va desapareciendo. La ciudad acaba de despertar.

Pamplona. Septiembre 1982

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