lunes, 16 de abril de 2012

La sombra tras la ventana

Camino despacio por el largo pasillo de la casa. No recuerdo cuanto tiempo llevo dando vueltas por entre las solitarias habitaciones, por ese largo corredor, oscurecido ahora, bañado ahora en una luz amarillenta, pero de un amarillo mortecino y tristísimo.


Hace mucho tiempo que se marcharon y todavía no han regresado. Se fueron todos y me dejaron solo, encerrado en el piso frio y silencioso, con mis pensamientos como única compañía. El silencio me da miedo.  Pronto, muy pronto se hará de noche y yo, mientras tanto, sigo recorriendo, una y otra vez, el largo corrredor. ¡Qué profundo y callado me parece ahora el pasillo!.


Las  puertas de las habitaciones están ahora semientornadas y a través de ellas se filtra el último destello de un atardecer fantasmal. ¡Quiero que vuelvan... que vuelvan pronto!. ¡...Ahora!. Estoy esperando ese sonido familiar del timbre que me anuncie el fin de una tarde infinita... y sus voces queridas rompiendo este silencio ciego, pero aún  no llegan.


Cuento mentalmente el tiempo a medida que transcurre y, de vez en cuando, voy a la cocina y miro, entre nervioso y esperanzado,  la esfera del reloj cuyas agujas giran y giran, lenta, muy lentamente, pero inexorables, como la tarde, señalando cada rayo de luz que se apaga, unos cuantos cada minuto, y la cocina se oscurece como toda la casa.


Estoy, de nuevo, en el pasillo, contemplando el fondo del comedor que aparece, ahora, iluminado por el último estertor de atardecer que apenas durará unos segundos más. De repente  he sentido un temblor de inquietud casi imperceptible pero no lo suficiente como para no percatarme de él. Quizás sea sólo un presentimiento...Y ¿si les ha ocurrido algo, y por eso tardan?. No. No puede ser. Tal vez no haya sido esa la causa.  Seguramente ha debido influir esa atmosfera pesada y opresiva que durante unos instantes ha comenzado a apoderarse de la casa, cerníéndose sobre ella como una presencia indefinible.


...Las agujas giran y giran, muy lentamente pero inexorables como la tarde, señalando cada rayo de luz que se apaga...

Sí, la luz ha cambiado. El tiempo parece haberse detenido. Lo siento en mi interior, pero no puedo comprobarlo. De hecho el tic tac del reloj de la cocina confirma, como único testigo, el paso de las horas, el lento transcurrir del tiempo. La penumbra que ha tomado un tono amarillo sólido ilumina cada objeto, los muebles y las paredes, bañándolas, sin embargo en una claridad, o debería decir en una semioscuridad dorada que a mi me ha sugerido, durante un segundo, el color tristísimo de una amarilla calavera o el color de los ojos de un muerto. Descomposición y miseria.


Camino despacio por el largo corredor de la casa. el tiempo ya no existe. Ahora sé que no llegarán. Jamás. Tal vez nunca debieron salir o nunca lo hicieron. Me ha asaltado un terrible presentimiento, una bofetada de angustia y de terror ante algo próximo, cercano. Estoy casi en el fondo del pasillo,  justo entre las puertas abiertas de las dos habitaciones. La luz amarillenta me baña como si fuera un mueble más o una de las paredes frias y calladas. Algo me ha impulsado a mirar hacia la habitación de la izquierda, esa cuya ventana da al patio interior, la habitación más pequeña y oscura de la casa.


Sentí que algo me observaba desde esa habitación: la oscuridad oscurecida por una negra presencia que había detenido el tiempo, iluminando con su aura maligna el crepúsculo, y que había transformado mi casa en un laberinto de pesadilla. No debí mirar, no quería, aunque en el fondo de mi conciencia una voz me animara a ello. No debí hacerlo, pero lo hice y mi horror fue tan grande y tan profundo que el grito se me heló en la garganta y la sangre se detuvo en mi corazón.


Allí, tras la ventana de la habitación del patio había una sombra. no estaba pegada a los cristales, aunque así me lo pareciera en un principio. Tampoco era una sombra, pues su sola visión bastó para que toda la atmosfera de la casa se estremeciera al mismo tiempo que lo hacía yo. Dificilmente se puede definir tal horror en palabras. Era una vieja, alta y huesuda, con unos ojos como de bruja. Destacaba en su rostro su nariz enorme y su cínica y cruel sonrisa dejaba al descubierto unos dientes roidos, de modo que su boca parecía una oscura caverna, llena de maldad y pobredumbre.


Aquella repugnante y terrorífica figura me miraba con unos ojos ávidos, y en cierto modo casi satisfechos, como si estuviera saboreando, de antemano, su cacería.


¿De dónde había salido?. ¿Por qué estaba en el patio?. ¿Por que me miraba  a través de los cristales de la ventana?. No podría entrar. La ventana estaba cerrada, pero podía romperla. No todo estaba perdido aún. Tenía que cerrar la puerta aunque sólo fuera para borrar de mi vista aquella horrpilante visión, cerrarla y aguardar el momento.


Era inútil. Todo era inútil. Ahora sabía que de ningún modo podría escapar. Estaba atrapado. En la habitación, sobre una de las sillas tapizadas,había un velo negro, aquella asquerosa gasa oscura sólo podía pertenecer a la vieja de la ventana, la vieja que vestía de luto, negra como la odiosa Parca, negra como la noche entrada, negra como la soledad y el silencio de un niño en un sueño de pesadilla.


La vieja ya estaba dentro. Lo había estado desde el mismo momento en que ellos se marcharon y me dejaron solo. Ahora lo sabía, pero era tarde, demasiado tarde.


Pamplona, 28 de marzo de 1987

sábado, 14 de abril de 2012

Al final del pasillo

Relato autobiográfico, basado en un sueño que tuve con 4 o 5 años de edad. Se da la paradoja de que este sueño y el de "La sombra tras la ventana"  lo tuvo también mi hermano, en su infancia, coincidiendo con los mios hasta el más mínimo detalle.

Es de noche. No sabría decir qué hora marca el reloj exactamente, y es que hay veces  que el tiempo parece  se detuviera en la intemporalidad de los recuerdos, en las imagenes de la memoria y de los sueños.

La familia está reunida en la cocina: mis padres, mi hermano y yo. Como otras noches a esa misma e indefinida hora, hablamos. Bajo la luz blanca del fluorescente de la cocina estamos hablando y...escucho las historias del padre en el trabajo, en la fábrica; las anecdotas del hermano en la escuela, los chismes de la tienda, de la madre.

Estamos sentados en unas sillas de madera, las mismas que trajeran hace unos pocos años mis padres del pueblo, sentados junto al calor de la cocina económica, de carbón y leña, yo de espaldas a la puerta.


Una oscuridad impenetrable se extiende más alla de la blanca puerta de la cocina, sobre las frías habitaciones, el comedor y, sobre todo, el largo y silencioso pasillo.


De pronto, la animada charla familiar, la luz, el calor de la cocina, ese ambiente cálido, acogedor y seguro comienza alterarse de un modo extraño, apenas perceptible.


De repente, he creído sentir el ruido de unas pisadas secas, un tanto lejanas, como si procedieran de otro mundo, o tal vez de un mundo mucho más cercano que comenzara justo allá, en el umbral de la despensa, al final del largo y oscuro pasillo, unas pisadas que parecen acercarse poco a poco, hasta la puerta de la cocina, por entre la negrura del pasillo.


Noto un cambio imperceptible en la intensidad de la luz del fluorescente y en el calor de la cocina: una luz más apagada, un pequeño escalofrio. Me levanto de la silla. Miro con inquietud a los demás: a mis padres, a mi hermano, con la certeza de que ellos también han escuchado lo mismo que yo: esas pisadas secas, esa presencia pero de repente me doy cuenta de algo terrible. Callan. Por un momento pienso que no quieren darse cuenta o que tal vez no se hayan percatado todavía.


Se han quedado como muñecos de cera. La expresión de sus caras es la de una mascara vacía. Son ellos, son sus caras, pero es como si les hubiesen robado el alma, o como si alguien, algo desconocido se hubiera metido dentro de ellos. apoderándose de sus rostros y de su voluntad. Son como figuras de cera, iguales a los originales pero ausentes, sin vida. Son unos desconocidos. Estoy solo.


Mientras tanto, tras la blanca puerta creo sentir que está alguien o algo. ¿Qué es?. El miedo se apodera de mí. Sin embargo me armo de valor y con suavidad muevo el picaporte, abro la puerta y hundo mi vista en la profunda oscuridad del pasillo. No veo nada, pero sé que existe algo, algo poderoso y terrible. Una sombra difuminada, tal vez...


Pamplona. 1990

jueves, 5 de abril de 2012

Presentación

Este blog personal empezó con otro nombre: se llamaba "La sombra tras la ventana". Lo abrí allá por abril de 2012. Fue el primero de mis blogs pero la creación de otros, alguno de ellos con gran acogida, hicieron que éste quedase prácticamente hibernado durante estos años. Allí  volqué algunos materiales escritos entre 1981 y 1990, fundamentalmente relatos, poemas y prosa poética, cuando apenas tenía 17 o 18 años y tenían, tienen para mi el encanto de los recuerdos y la ingenuidad de la edad.  Muchos contienen elementos fantásticos. Algunos son autobiográficos. El romanticismo más arrebatador, también en lo literario, la atracción por lo oscuro, extraño, melancólico, fantástico o sobrenatural ha sido una constante desde mi más temprana edad. Ahora me he planteado resucitar ese proyecto bajo el nombre de "Sombras tras los visillos" y ampliarlo con nuevos materiales  de producción propia. Se llama "Sombras tras los visillos", si,  como esas ventanas de los pueblos cuyos visillos se entornan cuando pasa un forastero, y donde a menudo tienes que imaginar quien está al otro lado.