domingo, 3 de diciembre de 2017

Soledad en la ciudad dormida

Silencio en las calles solitarias. Soy un noctámbulo perdido entre los estrechos callejones, un transeúnte desconocido. ¿La ciudad duerme o esta muerta? Desde lo alto, allá  abajo, la ciudad se extiende, alumbrada, por pequeños cirios o velitas amarillentas.

Nadie me observa. Nadie existe. Solo yo. Mi sombra reflejada en los viejos edificios, mis pasos el único ruido de la existencia. ¡Qué amargura! Y mis pensamientos, mi único acompañante. Preguntas y respuestas formuladas y contestadas por uno mismo. No puede ser posible que no haya nada más vivo en este mundo. Oscuro se ha tornado mi paseo. A un lado una increíble muralla, al otro viejos edificios. Bajo mis pies una mullida hierba  silencia el propio latir de mi existencia.

Oh!!!. Al fin, sobre la hierba he encontrado una gata apaciblemente echada, blanca con manchas marrones. Vida!!! Me inclino para acariciarla, más agresiva me muestra sus dientes, se incorpora y dando unos pasos hacia atrás huye, emitiendo un sonido gutural.

Algo más tranquilo miro desde la muralla hacia el cielo. Miles de estrellas salpican el negro firmamento.  ¿Qué hora será?. A pesar de todo, de la gata, de las estrellas, de las luces encendidas como velas, a pesar de todo ello quisiera encontrarme con algún ser humano que esté vivo, como yo,

Vuelvo sobre mis pasos y de nuevo la luz, las calles solitarias. Sin darme cuenta mi pie ha tropezado con una lata vacía y el sonoro golpe ha retumbado con fuerza rompiendo la paz de la noche. Inmediatamente, desde dentro de una de aquellas casas se ha oído un exabrupto, un juramento y una luz se ha encendido tras una ventana. Acelero mi paso, ya más tranquilo al comprobar que todavía vive alguien en esta ciudad de la noche. 

Pamplona. Agosto 1982

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