jueves, 10 de enero de 2013

Viaje en tren

Sentado sobre un banco, espero impaciente la llegada del tren. Pasa el tiempo y a cada momento miro una y otra vez el reloj. Por fin en la larga recta que enfila la estación se ve ya el potente faro de la locomotora que se acerca velozmente. La gente que abarrota la estación se apresura a subir cuanto antes al tren. Los altavoces han anunciado su llegada, procedencia y destino y tiempo de parada. He cogido las maletas y agarrándome a la fría barandilla subo a uno de los vagones. La gente se va acomodando poco a poco en sus asientos. La estación ha quedado casi vacía. Solamente ciertos familiares saludan con la mano a algunos de los recién subidos que, con emoción no disimulada, se despiden de aquellos. Luego un señor con gorra roja y un banderín debajo del brazo se dirige a la parte anterior del tren, concretamente hacia la locomotora. Un pitido, e inmediatamente todo el tren es sacudido por un movimiento brusco de atrás hacia adelante. Nos hemos puesto en marcha. Las casas, carreteras, arboles pasan, primero despacio, después mucho más rápido ante mis ojos.

En el interior del vagón algunas familias, hombres de negocios impecablemente vestidos, soldados de permiso tal vez, alguna monja. Todos hablan y hablan. Y entre el murmullo de sus conversaciones y entre el vaivén y la contemplación del paisaje a través de la ventana pasa el tiempo y por momentos me quedo casi sumido en una agradable somnolencia, solo rota por la voz de un señor vestido de azul que va pidiendo los billetes a cada uno de los viajeros, y ya le veo perderse al final del pasillo, camino de otro vagón. Y el tren se detiene en una y otra ciudad. Gentes que suben. Gentes que bajan. No. Todavía no he llegado. El sopor se acrecienta y se apodera de mí y sin darme cuenta me he quedado dormido...

De pronto, el tren ha parado y el ruido de la gente bajando las maletas me advierte de que por fin  he llegado a mi  destino, he llegado a casa. Somnoliento, cansado por el viaje, cegado por los imprevistos rayos del sol del mediodía, con la maleta en la mano bajo del tren. La gente abarrota de nuevo la estación. Otra estación. Otras despedidas, o tal vez otros recibimientos. Gentes que van de aquí para allá, movidos por mil circunstancias diferentes...y el tren en el que he llegado parte de nuevo a otro lugar. Atrás dejo la estación. Me encamino a casa. Una sensación de alegría por la llegada a mi ciudad, a mi casa me invade.

Pamplona. Septiembre 1982

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