martes, 1 de enero de 2013

El tiempo

Oscura prisión de la que parece imposible escapar. Cada tic-tac del reloj nos roba un poco de vida. Nuestro existir condicionado por los recuerdos del pasado, por las posibilidades abiertas del futuro se agota a medida que ese reloj de pared mueve regularmente, maquinalmente,  el péndulo, de un lado a otro,  tic-tac, eternamente,  y las agujas giran y los días y las noches pasan y así todas las cosas sujetas a cambio envejecen, mueren, desaparecen.

Tupida telaraña que cubre la existencia de la vida. Habitación oscura que ilumina el alba, que alumbra con bríos el sol del mediodía, que se oscurece en la noche. Día que dura toda una vida. Implacable con todo lo existente. Si no existiera el tiempo, ¡Cuán felices seríamos!. Imposible fantasía. Si el tiempo no existiese, no existiríamos nosotros. Caen lentos los granos del tiempo por el fino hilo del reloj de arena.

¡Volvamos a empezar!

El tiempo no perdona nuestros errores. Nos conduce sin compasión, inconmovible, hacia el fin o tal vez es el fin, la muerte quien desde el principio coloca junto a nosotros ese pequeño reloj mecánico o de arena... y nuestras ropas se agrietan, amarillean, rompen y nuestra piel se arruga y todo lo que nos rodea siente la pesada mano de ese ser invisible.

La telaraña se cierra sobre nosotros. Recuerda el anciano su pasado con emoción y su presente sin futuro es ya hoy la muerte. La casa se derrumba, el arbol se seca... Cambian con rapidez las circunstancias. Cambiamos nosotros. Morimos. El tiempo ha dejado de existir... (para nosotros). Ya no cae más arena por el fino hilo de cristal...Los relojes se han parado.

Pamplona. Septiembre de 1982 

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