sábado, 15 de diciembre de 2012

Como un rio

Torrente nacido en la agreste montaña, cristalina agua que corre libre entre los surcos de la tierra, entre las rocas, nieve que el sol calienta en agua, sangre mía se convierte. Al fin encuentro un cauce por el que discurrir mis días.

Mi lecho lleno de guijarros, arrancados de la montaña virgen,  mi agua pura como está, escasa pero limpia, corre con prisa gritando ingenuamente su monótona estrofa.

Con el tiempo mi fuerza he perdido, he notado el peso de un caudal que se hace cada vez mayor. Crecen a mis orillas arboles frondosos. Yo soy un mundo. Estoy vivo porque en mí viven otros.

Alguien, una muchacha,  refleja su bello rostro sobre mi lecho. Quisiera arrastrarla conmigo hacia lugares donde jamás ojos humanos han llegado. Más ella sigue mirando impasible, de pie. De pronto ha arrojado una piedra y su rostro se ha distorsionado y ha desaparecido, pero la piedra ha caído lentamente al fondo, mientras todo el lecho se estremecía en circulares ondas.

Mientras tanto llegarán las lluvias, llegaron ya torrenciales, golpeando con fuerza, aumentando más y más mi caudal pero revolviéndolo todo, enturbiando el cristalino seno.

El lodo se apodera de mis orillas, nadie puede ya reflejarse como en un espejo, no podré tampoco contemplar a aquella muchacha, esos arboles, ese cielo azul... Todo está oscuro y gira turbio sobre y dentro de mí. Hasta cuando? Hasta que las tormentas pasen.

Quisiera anegar todo, quisiera cubrir la tierra toda con mi agua...más no, me perdería, prefiero mi profundo cauce y el remanso de esos arboles. Es más cómodo. Está hecho.

Sin embargo llegará un día, el estío y secará mi cauce y dejará al descubierto mis entrañas y me moriré sin esa agua que me cubra, prefiero la inundación!

Pasará el tiempo y un día encontraré mi fin: un mar sin límites, un vacío enorme en el que me diluyo y me confundo más seguiré vivo mientras la nieve de la montaña regenere mi caudal. Seguiré lleno de vida.

Simple historia la mía. Solamente quiero ser un río tranquilo, apacible, limpio al pie de una frondosa arboleda, bajo un cielo azul o una noche estrellada, sintiendo las gotas de lluvia, como una caricia, escuchando el canto de los pájaros, del viento contemplando ese rostro que en mí se refleja con el deseo de que en ninfa se convirtiera...

Más el peligro acecha, espera en cualquier recodo, en cualquier momento. Negros seres de negras mentes pretenden envenenar mi sangre quieren quesea como sus oscuras cloacas, refugio de ratas inmundas, paraíso de la muerte quieren que forme parte de la red de colectores de su sistema. No lo consentiré. La vida morirá en mí pero ellos también conmigo.

Pamplona. Agosto 1982

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