domingo, 9 de diciembre de 2012

El miedo

Temible, sombrio, el miedo nos atenaza en cualquier momento de nuestra vida. Nacemos con él, indefensas criaturas, en el mismo instante en que vemos el primer rayo de luz, en ese instante en que rompemos a llorar, ante ese mundo hostil y extraño.

Nos acosa en la infancia, en esas noche oscuras de insomnio, cuando la penumbra encierra un secreto fantasmal y terrible que acecha junto a nuestra cabecera, cuando se desata el viento en la atronadora tormenta y crujen los cristales y los arboles se agitan como gigantescas figuras, trazando ante la ventana, tétricas sombras que se reflejan en la pared de la habitación, cuando el silencio oscuro de la casa solitaria nos inquieta y quisiéramos oir, de pronto, la voz de algún familiar que regresa. 

La infancia se pierde atrás, olvidada entre el polvo de los juguetes que nunca más se usarán. Nos hacemos mayores, pero el miedo no desaparece, se multiplica en cada minuto de nuestra existencia. 

Una figura nos persigue a altas horas de la madrugada por una calle desierta. Los latidos se aceleran, la sangre corre más rápida y ese sudor frío...

El timbre suena como un grito desgarrador, pero al otro lado de la puerta no se oye ninguna voz familiar. Silencio

La tierra tiembla bajo nuestros pies. Todo parece querer desplomarse. Muerte. Miedo. Espanto. Terror.

Es la amenaza constante que pende, como Espada de Damocles, sobre nuestras cabezas. El daño, el peligro que, tarde o temprano nos atrapará en esa telaraña gigantesca.

El tiempo corre y el monstruo negro se abalanzará sobre nuestros cuerpos. Mientras tanto la percepción viva del peligro que nos acecha nos sobrecogerá el ánimo, nos erizará los cabellos y casi sin darnos cuenta estos se volverán grises o tal vez blancos.

Ya en la edad senil las arrugas surcando el rostro, lacerando aquel que, en otro tiempo, fue terso y suave, nos avisarán de que ELLA llegará pronto.

El tiempo se hace odioso: nos empuja con parsimoniosa tranquilidad hacia ese corredor oscuro y sin retorno.

El miedo se agiganta, se agita como aquellos arboles de nuestra infancia... Soledad, angustia... Y un día cualquiera, en una noche de insomnio, extraña y oscura, -el día habrá sido como otro día cualquiera-, alguien, algo se acercará junto al lecho sí, como en aquellos años, sintiendo esta vez, de verdad, su helada presencia... Y todo habrá acabado...hasta ese miedo.

Somos miedo hecho carne. Moriremos de miedo porque vivimos con él hasta el fin.

Pamplona. Noviembre 1982 

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