sábado, 8 de diciembre de 2012

Bajo tierra

La noche descubre su velo negro y lo extiende sobre la tierra. El cielo centellea en mil puntos: las estrellas, que se encienden y se apagan brillando, como el cirio, en aquella casa negra, tras las ventanas polvorientas donde una sonata monótona de voces susurrantes repite una mortecina estrofa.

Pedazos de nubes blancas en el oscuro azul. El rio silencioso calla. Un viento helado atraviesa lo campos y sacude las hojas de los arboles.

La casa negra enmudece. El cirio se ha apagado. Un sollozo ahogado rasga la quietud de la casa negra

La estrofa mortuoria se eleva por entre las ventanas cerradas hasta los arboles,  hasta el río, hasta las nubes que revolotean en el azul oscuro

La noche ha muerto. El sol brilla de nuevo en una mañana blanca, blanca luz, blanca casa... los arboles y el rio brillan con un tono blanquecino.

De la casa blanca sale una triste comitiva. En la noche negra murió  la niña del alba. Del color de las almendras eran sus ojos, como los rayos del sol, rubios sus largos cabellos eran, cayéndole sobre la blanquecina cara. Blanco es también hoy el manto que a su última morada lleva

Al cerro de los muertos van, cruzando el camino rojo, ya la llevan a enterrar

Los pájaros no cantan, el río escucha, los arboles callan.

Ya cae el polvo sobre el féretro blanco, pero por más que quieren cubrirla con la tierra
el aire, el viento, a la luz de la mañana muestra de nuevo la blanca caja

Bajo la tierra al fin está. La negra muerte se la ha llevado en la fría noche. Aquí su cuerpo dejó bajo la tierra. Dormirán sus helados huesos  un sueño sin fin entre la nada.

Pamplona. Noviembre 1982

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