sábado, 14 de abril de 2012

Al final del pasillo

Relato autobiográfico, basado en un sueño que tuve con 4 o 5 años de edad. Se da la paradoja de que este sueño y el de "La sombra tras la ventana"  lo tuvo también mi hermano, en su infancia, coincidiendo con los mios hasta el más mínimo detalle.

Es de noche. No sabría decir qué hora marca el reloj exactamente, y es que hay veces  que el tiempo parece  se detuviera en la intemporalidad de los recuerdos, en las imagenes de la memoria y de los sueños.

La familia está reunida en la cocina: mis padres, mi hermano y yo. Como otras noches a esa misma e indefinida hora, hablamos. Bajo la luz blanca del fluorescente de la cocina estamos hablando y...escucho las historias del padre en el trabajo, en la fábrica; las anecdotas del hermano en la escuela, los chismes de la tienda, de la madre.

Estamos sentados en unas sillas de madera, las mismas que trajeran hace unos pocos años mis padres del pueblo, sentados junto al calor de la cocina económica, de carbón y leña, yo de espaldas a la puerta.


Una oscuridad impenetrable se extiende más alla de la blanca puerta de la cocina, sobre las frías habitaciones, el comedor y, sobre todo, el largo y silencioso pasillo.


De pronto, la animada charla familiar, la luz, el calor de la cocina, ese ambiente cálido, acogedor y seguro comienza alterarse de un modo extraño, apenas perceptible.


De repente, he creído sentir el ruido de unas pisadas secas, un tanto lejanas, como si procedieran de otro mundo, o tal vez de un mundo mucho más cercano que comenzara justo allá, en el umbral de la despensa, al final del largo y oscuro pasillo, unas pisadas que parecen acercarse poco a poco, hasta la puerta de la cocina, por entre la negrura del pasillo.


Noto un cambio imperceptible en la intensidad de la luz del fluorescente y en el calor de la cocina: una luz más apagada, un pequeño escalofrio. Me levanto de la silla. Miro con inquietud a los demás: a mis padres, a mi hermano, con la certeza de que ellos también han escuchado lo mismo que yo: esas pisadas secas, esa presencia pero de repente me doy cuenta de algo terrible. Callan. Por un momento pienso que no quieren darse cuenta o que tal vez no se hayan percatado todavía.


Se han quedado como muñecos de cera. La expresión de sus caras es la de una mascara vacía. Son ellos, son sus caras, pero es como si les hubiesen robado el alma, o como si alguien, algo desconocido se hubiera metido dentro de ellos. apoderándose de sus rostros y de su voluntad. Son como figuras de cera, iguales a los originales pero ausentes, sin vida. Son unos desconocidos. Estoy solo.


Mientras tanto, tras la blanca puerta creo sentir que está alguien o algo. ¿Qué es?. El miedo se apodera de mí. Sin embargo me armo de valor y con suavidad muevo el picaporte, abro la puerta y hundo mi vista en la profunda oscuridad del pasillo. No veo nada, pero sé que existe algo, algo poderoso y terrible. Una sombra difuminada, tal vez...


Pamplona. 1990

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